jueves, 28 de octubre de 2010

DE LO QUE EL BALONCESTO NOS DA...

     Muchos y variados son los motivos por los que tanto jugadores como sus familiares directos recalamos en este microcosmos del baloncesto de base. El  embarazo de la entrenadora del equipo Hockey donde mi hijo jugaba provocó la estampida de los patinadores tras la disolución del grupo, por lo que decidió seguir la estela de sus primos, Carlos y Álex, que entonces jugaban en el desaparecido CAB Cartagena. De esto hace ya 5 años y lo que va de este, y en ese tiempo el gusanillo se ha ido apoderando de mis estímulos, consiguiendo que a día de hoy, esta persona de fútbol 100% que les habla, pase el día y a veces gran parte de la noche, maquinando y trabajando para el Club Basket Cartagena.

Durante todo este tiempo he podido comprobar los beneficios que supone que un chico o chica esté integrado/a en un grupo de práctica deportiva, sea cual sea su naturaleza. A los indiscutibles beneficios relacionados con la salud y el desarrollo físico hay que añadir los que tienen que ver con su integración como personas, la relación con sus iguales, así como otros valores que van haciendo poco a poco su aparición, y se van notando cuanto mayores son: disciplina, compañerismo, solidaridad, así como otro fundamental y tal vez el más importante, el valor de la amistad.

     Nosotros, los padres, meros observadores de este proceso de maduración natural, a menudo tenemos la desafortunada costumbre de añadir o aportar elementos no programados que tienden a modificar el resultado de este proceso, generalmente con resultados negativos para ellos.

     Pero otras veces no somos tan necios (sólo a veces), y somos hasta capaces de subirnos al carro de la absorción de esos valores. Dentro del grupo donde nuestros hijos se integran no sólo hay niños, están también sus padres, sus hermanos, a veces sus abuelos, por lo que al entrar en este círculo se amplia enormemente nuestra ratio de relación. Y es en esta nueva ratio de adultos donde se repiten aquellos valores que los chicos adquieren de forma natural: formamos piña, somos compañeros con aspiraciones comunes, somos disciplinados en cuanto al respeto de horarios etc., aprendemos o reforzamos nuestra concepción del respeto hacia el prójimo, reforzamos también la solidaridad, y principalmente nos hacemos amigos. 

     Y es en este último punto donde quiero incidir. Gracias al baloncesto he tenido la oportunidad de conocer a muchas personas, en su mayoría buena gente, tanto de mi club como pertenecientes a otros. A día de hoy me resulta conmovedor ver cómo los padres de los compañeros y amigos que el baloncesto ha dado a mi hijo son también sus amigos y si hiciera falta sus protectores, siendo a su vez yo amigo de los chicos y de sus padres. 

     Y llegados a este punto, me veo en la obligación de agradecer especialmente a este deporte la oportunidad que me ha dado de establecer unos profundos lazos de amistad con dos personas espectaculares: Dolo y Jose. Me podría pasar la tarde exponiendo virtudes de ambos, pero sólo diré alguna: el cariño que Dolo es capaz de dar a los que la rodeamos es sólo superable por la bondad y entrega de su compañero Jose (el que eligió el nombre sabía lo que hacía). Esta entrada va dedicada a ellos, ya sabéis, el blog es mío y hago lo que me apetece.

domingo, 24 de octubre de 2010

CBC 95 vs. CB MURCIA 95, por Lucía Sánchez.

-No todos los días nos es dado visitar una ciudad tres veces milenaria -pensamos cuando la autovía finalizada abruptamente en el Paseo Alfonso XIII-.

Ya por entonces, los visitantes del otro lado del Puerto de la cadena pudimos contemplar las oscuras montañas de La Unión, a la izquierda de la carretera, con los molinos de viento y la luz tenue de una tarde de octubre, los Fuertes dominando las alturas de la ciudad y, a lo lejos, las grúas del puerto y el aliento del mar nuestro que se abre majestuoso como un invisible abrazo de civilización y respeto a las culturas y paisajes que habitan sus riberas.


Llegamos al Pabellón salvador Rosque poco antes de las seis de la tarde. Sólo nos esperaba Miguel Muñoz, sentado en su coche, escuchando por la radio el partido del Cartagena Fútbol Club. Calladamente miramos los asientos traseros del coche: ni rastro de la tarta de queso. Cierta tristeza nos invadió en ese preciso momento: nuestro Real Murcia en Segunda B- ¡con lo hermoso que hubiera sido rememorar esta temporada los encuentros de máxima rivalidad regional!- y, con mayor congoja, la posibilidad de no aliviar las penas con esas extraordinarias tartas de queso elaboradas por Miguel y Balbi.

El pabellón vacío, sus alrededores desiertos y la afición cartagenera reunida en cualquier bar con pantalla de televisión gigante siguiendo a su equipo de fútbol. Sólo algunas gaviotas en las terrazas de los edificios nos recordaba que ya no estábamos en la ciudad de Murcia y que la tarde otoñal, algo cálida y triste -¡la luz mediterránea de los meses del estío nos ha abandonado definitivamente!- anunciaba, sin desmerecer al Canow Caravaca, Red Deportiva Yecla o Capuchinos entre otros, el partido del año de la categoría cadete masculina: Básquet Cartagena 95 versus CB Murcia 95 – perdonad que escribamos básquet con “q”, se nos hace difícil imaginar los bosques y costas de Nueva Inglaterra en estas tierras mediterráneas bañadas por las voces de los ahogados que aún resuenan en las altas peñas de espliego y palmito.

Pronto comenzaron a llegar los padres y madres de los jugadores cartageneros, entrenadores de otros equipos de la liga y multitud de jóvenes dispuestos a disfrutar con el partido. Maravillosa tarde de respeto entre las aficiones, sólo roto por alguna o algún espontáneo no iniciado en los deseos de convertir la tarde en un lugar común de placer y de complicidad porque, no podemos ocultarlo, el CB Murcia 95 y el Básquet Cartagena son dos equipos que, desde la liga infantil y la final a cuatro en la Yecla de Azorín, Castillo Puche y Pío Baroja, se respetan, se emulan y se miran cara a cara para certificar su crecimiento deportivo y, queremos creerlo, personal. Hay en el equipo cartagenero una voluntad de superación -opinamos desde la distancia- que se escenifica cuarto a cuarto, partido a partido, año a año. Ya en enero de 2010, en partido celebrado en Murcia y acompañado con un delicioso bizcocho preparados por la entrañable familia Parra y un licor de nueces que unió a las dos aficiones durante unos minutos- escasos a nuestro parecer- el Básquet Cartagena perdió de diez puntos y acarició durante gran parte del encuentro la victorias en tierras adversas. Por entonces, también es franco decirlo, no jugaron Joel García y Manu.

Final CBC - CB Murcia (Yecla, mayo 2009)
Los dos primeros cuartos del partido nos depararon una igualdad de puntos entre los dos equipos, un gran trabajo- y también desgaste físico- de los cartageneros que contrarrestaron la diferencia de altura con una defensa agresiva. El CB Murcia, por su parte, llegó con los refuerzos de Manu y Joel, con jugadores nuevos – Samu, Pepe, Darío, Andrés (lesionado)-, con nuevo entrenador- Javier Martín- y con deseos de certificar su candidatura al campeonato cadete regional. A estas alturas de la crónica se habrá percibido la dificultad con la que nos movemos en el campo del análisis técnico de los partidos. Parece- voces a nuestro alrededor pertenecientes a los dos aficiones así lo afirmaban- que los árbitros necesitaban gafas o no habían leído el Reglamento de baloncesto- no sabemos si tales aseveraciones son ciertas o dictadas por el apasionamiento del partido-, que las faltas del CB Murcia eran castigadas con espeluznante severidad a diferencia de las cometidas por el Básquet Cartagena o viceversa. En nuestra opinión, los árbitros eran jóvenes, educados y no tuvieron incidencia alguna en lo apretado del marcador en los dos primeros cuartos.

El descanso estuvo acompañado por la delicia culinaria de la que ya hemos dado pistas más arriba. Dos pasteles de queso, cortados en cuadrículas con sus respectivos palillos, y bebidas dulces y gratificantes. Las dos aficiones nos entremezclamos formando corrillos, hablamos de los divino y de lo humano- más de lo segundo que de lo primero-. En ningún caso se cuestionó el arbitraje, éramos conscientes que las posibles diferencias entre ambos equipos se deberán siempre a lo deportivo, no a fantasmas que recorren de noche nuestros maleables corazones y los cargan con las cadenas del sectarismo.


En los dos últimos cuartos, el CB Murcia 95 rompió el partido definitivamente. Los jugadores murcianos impusieron un ritmo frenético apenas respondido por los cartageneros agotados por el desgaste físico defensivo de la primera parte del encuentro. Finalmente, los de la ciudad del Segura se impusieron por 85 a 44 cuando ya la noche extendía su manto misterioso por las calles de Cartagena y una membrana, como de capullo de seda en sus primeras pinceladas, enmarcaba la luna mediterránea. Alguien, un aficionado cartagenero, comentó que se había escrito la historia y que nosotras, pobres cronistas de nuestra decadencia física y cultural, poco podíamos aportar a la Nube que cubre el Universo con un colmena de información sin ordenar. Recordaremos a nuestros hijos que han jugado magníficamente, a los jugadores cartageneros, de azul orlado en blanco, que han puesto corazón y garra para detener el ímpetu barroco de los murcianos, a los dos equipos saludándose al final del partido en una muestra de sana deportividad y a las madres y padres de ambas aficiones, siempre dispuestas a crear lazos de amistad o a mantener los ya entretejidos en este caprichoso, honesto y, a veces, carnívoro mundo del baloncesto regional.


Por nuestra parte, querido Jesús, no encontramos palabras distintas para tejer esta crónica, tampoco sentimientos ambivalentes o sombras en las gradas ocupadas por la afición cartagenera. Sólo gratitud y cierta pena por no haber podido pasear por el puerto para sentir en el rostro la brisa poética de una ciudad tres veces milenaria que, creedlo, es también nuestra ciudad y la de nuestros ancestros.


Accede a la crónica de "El Otro Basket" publicada en "losquenoentendemosdebaloncesto" en el siguiente enlace:     Somos lo que fuimos...

jueves, 21 de octubre de 2010

EL CONEJO ENCERRADO


     Siguiendo con la ronda de entradas dedicadas, esta va por todas aquellas personas que un día perdieron la oportunidad de opinar, de decir lo que pensaban o lo hicieron bajo el vil pero legítimo escudo del anonimato, en los días de tormenta, cuando El Otro Basket abrió la caja de Pandora. Se trata de un texto que pertenece a la obra "Y la mariposa dijo...", escrito por un misionero de la Compañia de Jesús (Carlos González Vallés), que entregó lo mejor de su vida a los pobres de la India.

“Una mañana nos regalaron un conejo de Indias.

Llegó a casa enjaulado.

Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula.

Volví al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.”

Una mañana nos regalaron la libertad, nos abrieron los ojos, nos despertaron el corazón, nos reconciliaron con la vida, nos hicieron caer en la cuenta de que el cielo y el sol eran nuestros, de que todos los hombres y mujeres éramos hermanos y hermanas, de que la tierra es firme y el cielo es azul. Complejos de años desaparecieron, prejuicios se esfumaron, miedos huyeron, cadenas y barrotes y cerrojos cayeron de un golpe seco sobre el suelo frío del calabozo. Había llegado el día con el que tanto habíamos soñado. Se había colmado el calendario arañado a rayas en las paredes de la cárcel. Se abrió la jaula y se hablaron el aire de dentro y de fuera que eran uno.

Pero el conejito de India no salió. Quedó acurrucado en el rincón más lejano a la puerta. Aún se le había hecho el calabozo más pequeño, pues no se atrevía ni a acercarse a la puerta por miedo a salir. Temía el espacio abierto. Temía el mundo incógnito. Temía la libertad. Estaba pidiendo con su postura encogida y mendicante que volvieran a cerrar la puerta para sentirse seguro, que lo protegieran con los barrotes, que le echaran el cerrojo, que le dieran la comida programada a la hora establecida, que limpiaran la jaula con cuidado y apagaran a tiempo las luces. Quería seguir viviendo como siempre había vivido.

La seguridad seduce y engaña. Quédate donde estás. No cambies. No abras la puerta. Y a ser posible, ni la ventana. Que no entren aires nuevos, que no se oigan ruidos extraños. Una idea nueva es la mayor amenaza. El riesgo de la aventura paraliza al conejito de Indias. También paraliza la mente, la imaginación, la voluntad de quien no quiere arriesgarse y por ello no quiere pensar. El deseo de seguridad puede ser tan grande que llegue a justificar la cárcel. El conejito no quiso salir.

Cárcel de pensamiento. Barrotes de costumbre. Cerrojos de rutina. Tanto más peligrosos cuanto más invisibles. Tanto más esclavizantes cuanto más tiempo llevan. El conejo de Indias había nacido en cautividad. No conocía campos y prados, no sabía la alegría de perderse entre la hierba, de saltar matas, de buscar compañía, de saberse miembro y amigo de otros como él. Solo conocía la seguridad monótona del piso cuadrado de su celda. Pequeña soledad de paredes iguales. Y allí prefería seguir antes que lanzarse a la selva de ruidos que sonaba de lejos. ¡Por piedad, dejadme en mi rincón!

Allí te dejaremos, conejito querido, si así lo quieres. No te desterraremos a un mundo hostil, si no estás preparado para él. Te cuidaremos y guardaremos mientras quieras. No te empujaremos a salir por la puerta abierta. Pero sí aprenderemos de ti la lección de nunca acostumbrarnos tanto a los barrotes que cuando los quiten no queramos salir."