sábado, 5 de febrero de 2011

De los que no entendemos de baloncesto... por Lucía Sánchez Sotelo.

La ansiedad que me invade por compartir con vosotros cuanto antes la reencarnación hecha poesía de Lucía Sánchez, me ha empujado a colgar esta sublime entrada antes de recopilar alguna imagen, que pondré en breve. Que lo disfrutéis.


La capacidad del género humano para crear belleza solo es superada por su furor para destruirla. La belleza, como un cuadro de Mondrian en medio de una lluvia de manzanas- verdes, cálidas, sensuales-, es una doncella que se desliza con recatados andares moriscos sobre las blancas espumas del Mar Mediterráneo, no muy lejos de los pecios y de los bosques de posidonias, de las bocanas de los puertos y de las gaviotas de brumos blancos picoteando las esquirlas de las nubes. A lo lejos, el Puerto de la Cadena es la techumbre de madera carcomida que oculta el horizonte con su arboleda verde y rubia; es la boca del nicho, la tierra hambrienta que nos atrae con su mirada turbia, el espacio vacuo del adobe, de las calles estrechas y sinuosas, de las miradas inertes en estos tiempos en los que la libertad ni existe ni se la echa de menos - vosotros que venís de la piedra cincelada por el Imperio, de la cruz y el martirio, de las olas y de los siglos de impaciencia sabréis de lo que os hablo…-
( si no solo queda el desaliento)

El martillo golpea en la fragua del pensamiento y allí abajo está Murcia, con su torre catedralicia, con su burguesía y con sus gentes olvidadas en los cenagales de nuestra historia provinciana. Si la observamos más detenidamente, veremos témpanos de hielo en lugar de espuma química, plátanos de bauxita en el jardín de Floridablanca, canastas de argenta en todas las plazas, jueces pensativos sosteniendo las esquinas de las calles, funcionarios apaleados portando velas en las procesiones, poetas subidos a las ramas de los ficus, escritores con un lápiz en la boca y una telaraña rodeando su palabra…

Esto no es Cartagena, lo sabemos.

Pero me acuerdo de aquello que escribiera Max Aub a propósito de Ramón Gaya:
“…y desde la ventana, la riada por la carretera y por los campos, y ya cerca del horizonte, un campo llano –debía ser un aeródromo- bombardeado y la ciudad, bombardeada. Y, luego, al bajar, Ramón Gaya y su mujer muerta. Ramón Gaya, tan buen pintor y al que le han hecho pagar todas sus tristezas con silencios”.

Y pienso que hay algo que hermana a las dos ciudades: el olvido de sus hijos e hijas, los silencios con los que responde a los gritos de socorro de sus gentes, abandonadas a la destemplanza de los siglos, a las dentelladas de rabia de sus paisajes, perros y hocicos de nieve en la llanura de las almas solitarias.

Y pienso en Gaya, y en Ruiz Funes, y en Vicente Medina, también en Francisco Garrido, en Carmen Conde, en Antonio Oliver y María Cegarra…

Y pienso en un tatarabuelo que estuvo en la Guerra de Cuba, en un zagal que saltaba los brazales y se subía a los peretales, en un sueño que se disipaba entre las hojas tiernas de los chopos, en una niña que se abrazaba a los avisperos para huir de los paseos de las tardes de domingo. También recuerdo a mi padre, con sus ojos azules, con su mirada puesta en las copas de las palmeras y en el cielo crepuscular, conversando con su nieto sobre cualquier deporte, permisivo como nunca lo fue, historias del valle, de la ciudad, de la huerta y de los gatos flotando hinchados en los remolinos de la acequia.

Todo se fue, el baloncesto también se irá…

Solo queda la tristeza de un mundo perdido, acaso soñado pero nunca real.

Tal vez por eso dejé el lápiz, el teclado y la lectura de Eduardo Galeano.

Y ahora retomo las punzadas del teclado advirtiendo un viejo compromiso con los pétreos amigos del mar y de la brisa: las gaviotas nos observan, estimado Jesús, y es verdad que su mirada es la mirada de la libertad, de los despejados horizontes y de las palabras bellas erguidas sobre la lava del oleaje. Viajamos por tierras de ocelotes, gansos y gallinas, y la llanura se empina y luego desciende y se enciende de agua y metal.

Aquí os esperamos, en ningún lugar, escribiendo la crónica de un partido con las luces del mediodía. Ellos, nuestros hijos, poetas del baloncesto rimando balones con sonetos alejandrinos. Y como quiera que no encuentro nada más hermoso que airear los nombres de sus artífices, niños que templaron nuestros nervios con el bote continuo de la pelota en las aceras, adolescentes que se alejan de nuestras vidas con la luz de la marina y del valle en la mirada, futuros hombres que vivirán la decadencia de las plácidas costumbres- o tempora o mores- como un drama de la postguerra, acaso como la ducha de necesidad que nunca tuvimos y que nunca quisimos por lo demás para hermanos y extraños, no me queda otra suerte que echar las cartas sobre el blanco papel y derramar en letras la pasión que nos embarga como padres, como amantes del baloncesto, como piedras y como palmeras enraizadas en el sueño de la derrota, como espíritus dibujados a carbón en las sombras de nuestros hijos, como nadas arrastradas por el oleaje que nos esparce por las rutas áureas de esta tierra compartida.

Ellos, nuestros hijos, que jugaron en el mediodía espejado y ahora descansan después de la batalla mientras los almendros florecen y la tierra cálida es un lecho de ópalos ensimismados. Ellos, verdad incuestionable de nuestras biografías y de nuestros desvaríos, torres que tocan casi las nubes con las manos abiertas a los demás o molinos derruidos en mitad de un páramo de raíces y flores de azafrán. Ellos, jugadores del Básquet Cartagena 95 y CB Murcia 95, llamados por la primavera y su dulce polen a reencontrarse en los días blancos de mayo, solidificada las lágrimas en perlas de un collar, de un equipo, de la solidaridad y del juego colectivo. Creo no equivocarme, aunque la razón siempre halla motivos para huir de sí misma, si digo que ambos equipos, separados por el Puerto de la Cadena, se saludarán de nuevo en la Final a Cuatro Cadete, convertidos ya en frondosos olmos después de un invierno de hojarasca y retoño de un nuevo juego.

Ahora, el calor de esta tarde de febrero, cuando el mar añorado se bruñe con la luz mediterránea y las tierras son territorios inexplorados de nueva y vibrante vida, nos despide con sus yemas de sueños pasados, y nuestros hijos, todos ellos, de aquí y de allá, se felicitan de un bonito partido, de la lucha reglada entre adolescentes que desconocen los nubarrones que ocultan el futuro, del simple y único deseo de jugar, divertirse y abrazarse.

Ha ganado el CB Murcia, 66 a 42, pero hemos visto dos equipos que crecen y que aman el baloncesto, dos entrenadores entregados a los suyos, dos aficiones que se respetan y que van conociendo lentamente que los “otros” somos nosotros y que nosotros somos los “otros”. Dejo en este blog entrañable los nombres de los jugadores de ambos equipos sabiendo que el sol que nace del mar nos pertenece y nos susurra que el invierno es ya un peregrino que huye con sus ropajes de viento y escarcha. Estos son nuestros hijos, héroes de su futuro que será nuestro pasado:


CB Cartagena 95: Vicente García, Antonio Pujante, David Lucas, Andrés Carrillo, Joel García, Álvaro Gómez, Manuel Sánchez, Samuel García, Aarón Sáez, Javier Zapata, Darío Sarrias, David Saura y Pepe Belmonte




CB Murcia 95: Guille Saura, Álvaro Pérez, Sergio Muñoz, Víctor Pérez, Pablo Contreras, Alex Freixes, Jesús García, Adrián Martínez, Chisco Lomo, Carlos Castelbón, Carlos Madrid, Álvaro Cerezuela y Jorge García.


No sé si me he equivocado en algo, pero perdonad mi insolencia si lo he hecho adrede; no creo que lo importante sean los nombres de los equipos sino los habitantes de su corazón, y éste es inmenso porque aquellos son grandes…

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